jueves, 31 de marzo de 2011

Texto de Facundo Chirino (San Luis)


El cencerro


Hubo un día en que las fabricas eran unos enormes galpones de misterios impenetrables, hubo un día en que la ropa de grafa no existía y los punta de acero eran el calzado de algún robot de la tele, hubo un día en que lo que importaba era que las zapatillas corrieran rápido y las casas viejas y abandonadas fueran un buen escondite, hubo un tiempo en que para Javier y yo, la niñez, era tratar de que no terminara.

Javier era un niño inquieto, de tez morena como la misma tierra del Suyuque, lugar donde vivía con su familia, en la cual todos tenían tareas asignadas y repartidas según su edad; cuando lo conocí a Javier le había tocado en gracia ayudar al padre con el pastoreo de las cabras, y digo en gracia ya que el hecho de tener que hacer este trabajo, le había enseñado un lenguaje para mi desconocido, y el me decía “fíjate gilun la tierra te habla”. Yo era otro pibe como cualquier otro pibe de ciudad, con una vida de barrio tranquilo, la escuela, el club, los pibes del barrio y la plaza del centro, que lo mas interesante que tenia era la heladería de enfrente; otro pibe, salvo los fin de semana cuando con el pa nos íbamos a ver a la abuela Josefina al Suyuque, recuerdo que papa miraba el lugar con cariño y le encantaba ver como con mis hermanas nos desbandamos como chingolos a los gritos ni bien llegábamos; y yo no entendía cuando decía “acá no hay lugar para crecer”

Javier o “tordo” como le decían en su casa por el color del pelo, me había enseñado a encontrarlo siguiendo las huellas de las cabras o a través del sonido del cencerro, pero como aun así, una vez me creí perdido y empecé a los gritos; él llego corriendo a donde yo estaba llorando y me tranquilizo, luego me armo un bastón de eucalipto; en la punta le coloco un cencerro y un par de uñas de cabras, las cuales sonaban al mover el bastón, ambos íbamos al encuentro del otro. De esta manera no me perdía y el sabia que yo venia a buscarlo… “no es bueno andar a los gritos, espantas todo” me dijo.

Con el correr de la estaciones fui aprendiendo a distinguir a los pájaros por su canto, a seguir huellas de otros animales, a no seguir las huellas de un puma, a que las tormentas fieras se forman en noroeste, a disfrutar el olor de la tierra y sus plantas, las que mas de una vez teníamos que llevarle a la abuela Jo, aprendí que el agua mas rica del mundo es la que baja en el río y que el miedo no es tonto “si tenes miedo es porque hay algo que esta mal” me dijo un día que estábamos saltando piedras en el río y el tenia miedo de que nos refalaramos o que la paliza por haber descuidado las cabras fuera grande, y no se puede estar tranquilo con los pumas al inicio de la primavera.

Un domingo caluroso a fines de septiembre, ni bien llegamos a la casa de la abuela Jo busque mi bastón y fui a buscar a Javier que me estaba esperando, “dale gilun, vamos a bañarnos; encontré una lagunita en el río que esta joya como vos decís”; la lagunita estaba joya, el río se abría y en uno de sus brazos se formaba una laguna alrededor de una enorme roca, el agua corría tranquila y nos llegaba un poco mas arriba de la cintura, luchas, carreras, tirarnos desde arriba de la piedra, escuchar debajo del agua el bramido del otro brazo del río, comimos queso de cabra y salamin con pan casero, y seguimos jugando en el agua, cuando una sombra negra, muy negra paso por encima nuestro, fue allí que nos dimos cuenta de que hacia uno de los costados, no muy lejos, se habían juntado unos cuantos jotes en el piso y varios mas en el cielo y entre ellos la enorme ave negra que había pasado por encima nuestro, “es un cóndor, un cóndor” dije exaltado y comencé a ir en la dirección que marcaban las aves. Javier venia detrás mío pidiéndome por favor que parara, hasta que me alcanzo y se me tiro encima; caímos entre un par de algarrobos petisos y pasto largo; de allí pudimos ver todo…

“quédate quieto” ordeno Javier, mientras yo corría un poco el pasto; jamás olvidare al cóndor descendiendo entre los jotes, en un momento parecía que sus gigantes alas iban a abrazar a todos los pajarracos juntos y un segundo después los espantaba entre gritos y golpes con las alas, el animal mas hermoso que haya visto, con su bufanda blanca y la cresta roja como un gallo, los jotes habían armado un lío inexplicable, saltaban y aleteaban tratando de espantar al cóndor, “ja, esos bichos están locos, si piensan asustarlo” le dije susurrando a Javier, mientras los jotes habían hecho un circulo alrededor del “gigante negro” como si quisieran atacarlo. “Vamonos ya, se va poner feo” me dijo, “¿Y vamos a dejar que lo ataquen? Son un montón” le respondí desafiante; pero Javier era muy convincente y a gatas ya iba volviendo, siempre mirando a los pajarracos, que no se dieran cuenta de nuestra presencia. Yo un poco enojado comencé su mismo camino, cuando de repente se comenzó a escuchar un griterío impresionante, nos aturdía e inmovilizo; el cóndor saltaba entre picotazos y patadas mientras los jotes hacían casi lo mismo pero con mas ruido que eficacia, y no me aguante, lo mire a Javier y el leyó en mis ojos lo que iba hacer, como un rayo me pare levantando una piedra del tamaño de mi puño, y la lance con una eficacia implacable, dio de lleno en la cabeza de uno de los jotes y el rebote le pego a otro el cuello, este ultimo salio en vuelo despavorido, el otro no se veía… yo simplemente lo di por muerto. Como explicar ese sentimiento de poder y valor que sentí en ese momento, si me pareció que en cierta manera le estaba ayudando al cóndor en su lucha por la comida, entonces me di vuelta para ver la cara de asombro de Javier y allí me di cuenta de mi error…

Javier estaba tendido en el piso, llorando y mordiéndose los labios de dolor, al girarse vi. un escorpión negro como la misma noche, el maldito iba huyendo rápido entre otras piedras y yuyos; al levantar la piedra que había arrojado a los pajarracos se había movido una piedra que estaba al lado de esta y el maldito bicho que estaba bajo esta piedra salio a la defensiva encontrándose con Javier desprevenido y en el suelo. Lo pico dos veces, la primera un poco mas debajo de la rodilla y el segundo en el tobillo; la pierna entera había tomado un color rojo y el rostro de Javier también pero por el dolor. Lo quise ayudar a pararse pero fue inútil, por lo que entre los dos logramos incorporarnos y empezar una corrida, que eran mas tropezones que pasos, atrás nuestro el griterío de las aves continuaba sin percatarse de nuestra huida; cruzamos el río casi sin problemas salvo por los constantes gritos de Javier, el dolor era muy intenso y no podía ni apoyar esa pierna; lo deje apoyado en unas piedras grandes y rápido recogí todas las cosas que habíamos llevado y ayudados por el bastón que me había regalado emprendimos el camino de regreso. Avanzábamos muy despacio, la pierna de Javier empezó a ponerse morada y su cara demostraba una fiebre tremenda, en pocos minutos la pierna era una enorme morcilla y lo único que desencajaba en ese color negro eran los dos puntos blanquísimos donde había atacado el maldito bicho negro, todavía no estábamos ni a mitad de camino y Javier ya no se quejaba, pero yo le hablaba y gritaba que faltaba poco que no aflojara, que no se durmiera, que teníamos que llegar… pero fue inútil, Javier se desmayo y cayo desplomado al piso.

Había que tomar una decisión, o cargaba a mi amigo hasta donde pudiera o lo dejaba allí y me iba corriendo en busca de alguien; intente lo primero, pero avanzábamos muy lento y nos iba agarrar la noche, Javier me quemaba con la fiebre de su cuerpo y yo comencé a llorar en silencio ante el sufrimiento de mi amigo y que yo no podía dar toda la ayuda que necesitaba. El chañar se presentaba tentador, estaba solo en medio de unos arbustos que Javier me había dicho unas ochenta veces su nombre y yo no lo recordaba, y tres algarrobos no muy frondosos, pero con una espinas que parecían espadas. Coloque a Javier sentado en la base del chañar y en una rama un poco mas larga y mas separada de las demás del árbol verde, colgué el bastón con el cencerro y salí corriendo, corrí tan rápido que llego un momento que me sonreí, parezco un zorro corriendo ligerito y a los saltos entre medios de las ramas, piedras y raíces levantadas, y pensaba que el viento me iba ayudar, “por favor que me ayude” dije.

Cuando ingrese a la calle vi a Papa con Don Justo, el padre de Javier, que tenia una escopeta en la mano; yo quería gritar y no me salía, movía los brazos y ellos parecían no verme, entonces de la panza me salio un grito “lo picoooooooo”, “un esc… neg… lo picooo”, quizás pasaron dos minutos o treinta segundos, para mi fueron horas; sacaron al negro y al colmillo, los perros que usaba para cazar Don Justo, un par de linternas y a montar en los caballos. Por donde había venido yo era imposible pasar con los caballos y por el camino que tomaron yo me perdí, “flaquito por donde esta mi tordo” era la suplica del padre, estaba entrando la noche y el paisaje cambiaba muy rápido, los perros ladraban y los cascos de los caballos golpeaban fuerte sobre el piso; entonces una ráfaga de aire silencio todo y escuche el sonido de mi cencerro, me tire de caballo al grito “por acá, es por acá”; Don Justo soltó los chocos y los tres corrimos al lugar de donde venia el sonido del cencerro. Javier estaba como yo lo había dejado, su papa lo cargo y salimos, al subir a los caballos y emprender la vuelta, gire la cabeza y vi que de donde veníamos algo brillaba con fuerza…

Tiempo después le conté a la abuela Jo sobre el brillo que había visto al venirnos aquel día, y me contó “dicen que los chañares son verdes porque su savia es esperanza de amor y que solo comienzan a florecer cuando sienten al amor cerca y lo pueden respirar; de allí que los antiguos habitantes de estas tierras se casaban delante de un chañar joven, que no hubiese florecido nunca, luego a los días los casados volvían al chañar que al haber florecido y estar todo amarillo los llenaba de bendiciones; lo que vos viste fue el brillo de sus flores al abrirse, porque ese chañar respiro el amor de tu amistad”

La vida continuo su curso, la abuela Jo ya no estaba y ahora soy yo quien va a visitar a mi papa al Suyuque; Javier se repuso aunque le costo mucho y hoy es maestro de la escuela primaria, y encima del pizarrón de su aula cuelga un viejo bastón con cencerro y pezuñas de cabra.-


5 comentarios:

NAHUEL ACIAR dijo...

Bueno, yo lanzo la primera piedra... jeje.
en primer lugar, hay muchísimos verbos, casi todos, que están mal acentuados. esas cosas pasan, o por lo menos a mí me pasaba, cuando le pasás mucha bola al corrector ortográfico del word.
Me parece que el primer párrafo es innecesario, no agrega nada significativo a la historia.
El cuento recién agarra ritmo cuando el escorpión pica a javier. Lo anterior a la picadura me parece una buena contextualización, pero demasiado extensa. no me gusta lo de "maldito bicho", no sé... el escorpión se estaba defendiendo porque se sentía amenazado, no es maldito, no es malo. los animales no manejan esos códigos éticos.
el cuento me hizo acordar mucho al cuento de Horacio Quiroga "A la deriva". no creo que eso sea malo, yo creo en las influencias. pero la imagen de la pierna hinchada es muy similar...
Isabel Allende dice que la diferencia entre el cuento y la novela es que el cuentísta tiene una sola flecha, para hacer un sólo tiro. o sea: puede acertar o no. yo acá veo muchas flechas: la historia del cencerro, la de la niñez, las historias populares del campo... creo que tendrías que elegir alguna de estas flechas y pulirlas para que el tiro sea lo mas certero posible.

Nahuel

Gabi Jimenez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gabi Jimenez dijo...

1) me parece que la flecha el autor la juega por el lado de hacer un guiñe a la nostalgía del lector, a su infancia. el cuento entra por ahí. quizás -y en acá coincido con Nahuel- resulta excesivo en cantidad y se pierde un poco el hilo, se hace lento el desarrollo, en fin, resulta larga la primera parte. de todas formas es atrapante y el texto se la banca.
2) el nudo tiene algo medio raro, aparece "la culpa", tanto por la inoperancia del protagonista como por la maldad del bicho. no me resulta acertaddo.
sí está bueno como se da el conflicto, de manera rápida y precisa.
·3) el desenlace, se me hace demasiado feliz, salvo por el hecho de que el amigo termina siendo docente (jeje). creí que le cortaban la pierna o que se moría o que se lo comían los pájaros. pero no paso nada, todo se desenvolvió como en los dibujitos animados en los que todos comen perdices. supongo que esto va por el lado de los gustos de cada uno y también las influencias (yo acabo de ver la peli "127 horas").
en fin, me gusta, se puede afinar un poco el desarrollo o timing del texto, el final no es de mis preferidos pero va bien con esa nostalgia con la que comienza todo.
creo que hay que equilibrar un poco más las partes de este texto para que vuele como un flecha y no se caiga antes de llegar al blanco.

Anónimo dijo...

Podría pero no voy a repetir la hazaña de aplaudir una buena crítica para quedar bien con nadie; pero sí diré que los errores ortográficos pecan no por ser muchos sino por ser tan notorios ("los fin de semana" por "los fines de semana", por ejemplo, entre miles), al igual que las vanas repeticiones de palabras o giros como ser "hubo un día" y "maldito". Lo que sí me gustó fue el diálogo intercalado dentro de los párrafos, a la manera de Saramago; así se hace más ligera la lectura, aunque el cuento me pareción un tanto extenso.

Y Gabo: disculpá si no me disculpo, pero podrías cambiar el fondo para que no parezca que estoy leyendo un papel doblado?... o vos, Facunín, faquir de los fideos, decime dónde compro la droga tan preciada, jaja. Salud-os.

Anónimo dijo...

Se puede decir "a mí me gustó"? Si Sí, pues eso. Me gustó la anécdota, un tanto quiroguiana. Para dejarlo de pipas habría que trabajar cuestiones de forma, pero va bien, va bien. Grande, Comandante.

Vodkins