jueves, 14 de abril de 2011

Texto de Tony Zalazar

Del Burro

De oír y creer tantas mentiras

las orejas le crecieron

al Burro

pensé al apoyar la mano sobre el vidrio

es que la fe y la inocencia

sostienen en pasión a los pibes buenos.

Su cicatriz de sopa en la cara

y el ojo perdido en la flecha del hermano

hacen que su bondad no parezca

ahí

en la ventanita del ataúd.

Lo miro y sé de los vivos que frecuentó

que le contaron el mal y lo adiestraron,

que lo hicieron ese burro a cajón cerrado.

Salimos a la calle con una jarra de aluminio,

el hielo flota en vino blanco

y tintinea ante el silencio.

Sorbo y recuerdo un Burro

que carga cosas del robo

que descarga y que entrega todo

sin nada para él.

El Burro creció y no su astucia pienso

No llegó ni a los veinte,

y eso que veinte años no es nada.

Ronda el vino

y arranca anécdotas.

El hermano cuenta que fue la sobadora

que estaba haciendo el pan

y que del lado tuerto

-del lado por el que entró una vez su flecha-

la máquina lo chupó

(los dedos

la mano

el brazo

y hasta parte del cuello)

su sangre en la masa del pan pienso

y esas máquinas que no saben parar

los estómagos, la suerte, el destino.

“Él quería volver,

no se hallaba en la capital

tenía pasaje para la semana que viene.

En avión lo trajeron.”

¿Esa flecha ciega

vuelve envenenada en culpa?

¿Cuánto arde en el corazón de un padre

la sopa hirviente?

Habla mi hermano

-el que con un primo le jugaba al truco

hasta ganarle el mazo

del lado tuerto le espiaban cartas

y por ese lado le filtraban señas

y aun sin cartas el Burro era valiente

su inocencia lo quería todo,

y lo robado al padre, lo prestado

y lo fiado perdía con fe el Burro.

Y era feliz, aun perdiendo era feliz.-

Habla mi hermano, digo

y recuerda cuando el Burro

se metió en la cola y comulgó

“las viejas no sabían cómo atajarlo

qué decirle al Cura

porque el Burro nunca tomó la comunión

y estaba ahí, en la cola

por comer el cuerpo de Cristo

y abría la boca y decía amén

y arrodillado en el banco cerraba el ojo

rezaba o se tocaba con la lengua

la hostia en el paladar

pero no sabía hacer la señal de la cruz

y todos reían su remedo.”

Reímos y es mi turno

el toque de orejas recuerdo

ese juego que terminaba en golpes míos

y en perdones de él.

Recuerdo eso pero no lo cuento,

prefiero la anécdota del eucalipto

“el Burro era extremo” digo

“¿Se acuerdan esa vez que con un hacha

se trepó al eucalipto?

El burro solo en la mañana

contra los cuarenta metros de árbol.

Y de repente el miedo,

el pánico que lo abraza a una rama seca

y ahí llora a treinta metros de la gente

que ríe

que no sabe cómo ayudarlo o no quiere.

Nadie arriesga su vida así porque sí

pero el Burro siempre fue entrega,

inocente entrega,

y esa leña le era innecesaria.

Y se hizo de tarde con el Burro

prendido a ese miedo inmenso.

Y las lágrimas caían y hacían brotar risas

hasta que una soga le alcanzaron

para que ahorque a su gigante,

y en esa rama del miedo

dé hachazos a la coyuntura

le cale el brazo al pánico

y ahí jalen todos la cuerda de la unión

y el eucalipto pulsee contra el barrio

se mueva con el Burro encima

y quiebre y caiga el gajo trofeo

y ahí el Burro

alado de orgullo

habiéndole torcido el brazo a su gigante

baje a talar con los demás el alimento del fuego.

Todos lo abrazaban y le besaban la oreja,

lástima que ni una mujer lo haya visto ahí,

tan heroecito en su apoteosis barrial.

Demasiado amor quedó reservado en él,

si tan sólo una chica hubiese acariciado esa piel,

su bondad estaría en otro lado

y no encajonada con ventanita.

Y no sólo amor de burro hubiese tenido

una verga de animal imagino

crecida en noches de soledad

y paja extensa,

el Burro no derramó su amor

en las manos de una mujer

y ahí quedó,

encerrado en esa caja de bondad.

Lo despedimos y recuerdo mi retrato

madrugado

-traído del centro de la noche exhausta-

mis ojos vencidos de alcohol

y las caricias del viento en la ventanilla,

lo oigo gritar mi nombre y me despierto

me bajo del colectivo

y lo veo venir con sus orejas vivas,

me invita al póker

y en la oscuridad del lugar se extiende la noche

jugamos, reímos y ya no hay alcohol,

no hace falta,

bebemos con alegría la gaseosa insulsa

mientras la plata no importa

por eso ganamos

y así ojalá sea la muerte,

un amigo despertándonos

para jugar a que la noche sigue

o al menos

si no sigue

alguien que acaricie con anécdotas

la piel de la poesía.

Y sí, de oír y creer tantas mentiras

las orejas le crecieron

al Burro.

3 comentarios:

Nahuel dijo...

Si estuviéramos en una pelea de boxeo y este poema fuera uno de los boxeadores, creo que ganaría por puntos. tira buenos golpes pero a veces le escapa, no logra el nocaut. aun así gana. Las anécdotas se van enganchando y te entretienen, pero por ahí se cae la tensión... hay problemas con los diálogos y lo que dicen los personajes que surgen, algunos están marcados con cursiva y otros con comillas...
Lo considero un buen primer borrador, creo que tiene mucho más jugo para sacarle...
salutes cuyanos!!

Gabi Jimenez dijo...

hay un juego de tres voces, que van y vienen todo el texto. también un decir hacia atrás, un tiempo pasado por el que pasa yo poético. el tono es nostálgico, social y en partes (bien tónycamente) sexual.
en un momento creí que el poema pedía ser dividido en partes, pero no, finalmente pide ser así, podríamos decir que se "empaca" en ser así. y le queda muy bien.

Anónimo dijo...

muy bueno el poema! lleno de música y de personajes tónycos que viven en el límite del barrio y de la vida.
hacia el final se me apareció, sobre un par de versos, otro final, el de un buen poema de fabián casas ("pero así también podría ser la muerte: [...]"). se me ocurrió.

t.